lunes, 30 de enero de 2012

Serie animal - 2da parte

Esta es la segunda y probablemente la última parte de la serie. Siempre hay un límite para desarrollar estas cosas, y creo que tiene que ver con la manera en que está armado el universo donde se mueven los personajes. En este caso particular, la serie se cierne sobre una cosa y sólo una: una breve sucesión de acciones encadenadas entre esta persona y su mascota y por otro lado, la posterior catársis. Si existe algo por fuera de esa guía, no es más que un sostén. No es mi intención hacer una distinción jerárquica entre los elementos, a lo que voy es que todo lo que se dice por fuera de ese núcleo duro no sirve para otra cosa que hacer "real" el proceder y la respuesta de Rivka. En ese sentido digo que la serie no puede ser mucho más fecunda. Es un universo unilateral y chato. 
Ahora bien, lo que me dejó pensando cuando transcribí esta segunda parte fue una sensación: siento que de alguna manera este personaje es el primero en tomar forma. Forma. Quiero decir que, es el primero que empieza a despegarse de la experiencia propia e inmediata. Y esto no me lo esperaba de ninguna manera. No entraba dentro de las posibilidades. Claro que es un cosito verde todavía. Bueno, acá está todo lo que quiero decir.




20/12 2011                                                                                                                 2:05 AM



La persona llega a su casa en análogas circunstancias respecto de aquella vez que le ocurrió lo que fuera relatado el primero de agosto del corriente año, a la misma hora. La sorprende la falta de padre, televisión y conversación con lineas de diálogo truncas. El estupor inicial se disipa inmediatamente en el momento en que un maullido como “Miú” se gana la atención que estuvo a punto de caer en los más viscerales y oscuros obstáculos mentales de Rivka.
-Otra vez- Pensó. Con el pesimismo de quien asiste a un ritual ya superado.
Su improvisada organización de los hechos (o el montaje que eligió para contar su otra versión) la arrojó torpemente a la puerta de la cocina que da al jardín, para abrirla mientras sostenía su bicicleta. Levantar la cortina y abrir la reja no fue un esfuerzo mayor, pero sí estuvo todo al borde de ser repatriado a cada uno de sus mismísimos y condenados orígenes cuando tomó nota de que el animal, su gato, había salido y se encontraba, si no más, por lo menos ya en la linea media del jardín. Vean uds. por si mismos cuan atróficos pueden llegar a ser los diques mentales como para sucumbir ante la más inocua muestra de un fragmento de experiencia sensorial.
Sea como fuere, lo irreemplazable de todo esto fue lo siguiente: En el sendero de lajas del jardín, ella se acuclillaba para alcanzar la nuca o la barbilla del gato. Él la admitía, pero no era la clase de animal doméstico que más adscribía a la teoría del laissez-faire, Simplemente se dejaba acariciar entre dos y cinco segundos para luego alinearse nuevamente en sentido E-O, hace una mueca de desconcierto similar al siempre pretendido y falso gesto de “I did not understand a fucking thing of what you’ve said”. Luego realiza unos cuantos pasos felinos hacia adelante o en diagonal y espera. La situación se repite en tanto la persona se tome la necesariamente molesta responsabilidad de incorporarse y realizar todos los movimientos para garantizar aquello y el acercamiento. Espalda, rodillas, todo se acomoda en la mente de Rivka para reclamar su debido dolor. “Salón de quejas”, algo así. Lo curioso es que en caso de no moverse, tampoco así lo hace el gato, se tarde diez segundos o tres minutos. Lo que se mantiene constante es el tiempo de caricias que resiste la inercia del animal. Un par de segundos y luego move on. Distancia mínima. Decidir cuándo acercarse, etc. ¿Qué clase de magia negra determina el itinerario felino? ¿Qué clase de chinoisseries son esas? Por segunda vez, Rivka se pregunta si la situación recién vivida con el gato no se asemeja en algún grado a alguna de las relaciones que mantiene con otras personas en su vida humana.

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